📮 El estercolero que contaba con divinos ojeadores
Carta llegada a nuestras oficinas secretas, de la mano de un espontáneo admirador de nuestro trabajo, que incomprensiblemente, encontró la dirección de nuestras dependencias, a pesar de no existir ni estar en lugar alguno.
Estimada Dolores.
Me costó mucho encontrar un espacio y un lugar sobre el que detenerme a escribir esta carta. Ya nadie escribe cartas a mano, vivimos en el imperio de los correos electrónicos, o eso creÃa yo, hasta que descubrà que tampoco nadie escribe ya correos electrónicos. En cualquier caso, he conseguido reunir el valor suficiente y lanzarme a garabatear con un viejo boli BIC, de los naranjas, de los que escriben bien fino, estas palabras, que espero algún dÃa lleguen a ti de una u otra forma.
Me dejaste solo frente a mà mismo, y eso, nunca lo olvidaré y nunca te perdonaré por ello. Recuerdo muy bien aquellas tardes, mientras nos divertÃamos observando la belleza de la jaurÃa furiosa de seres, de apariencia humana, pero deseosos de los restos y los desperdicios. Los vimos hurgando durante horas entre las miserias de sus congéneres, husmeando primero, para pasar a cercenar con esmero y dedicación todo lo que acababa sobre sus hocicos de omnÃvoros de la especie sapiens sapiens.
Estando contigo, teniéndote junto a mÃ, aquello resultaba divertido, no tenÃa nada que temer si sentÃa que estabas a mi lado. Nos autopercibÃamos como superiores a aquella chusma de manglares bÃpedos que esperan con empeño su oportunidad para medrar en la vida a costa de las entrañas de los perdedores. Nosotros, simplemente aplicábamos la paciencia, a veces mucha paciencia, y nos limitábamos a observar y esperar a que las alimañas acabaran convertidas en su propia carroña. SabÃamos que era cuestión de tiempo, que nadie se libraba. Nos deleitábamos con la incisiva y lejana observación del mal ajeno, y las tardes se erguÃan ante nosotros como una incesante e intrépida aventura que nos permitÃa estar siempre al borde de una excitación lÃmite. Éramos dioses, mirando sobre el mundo desde nuestra particular cúpula de marfil e incrustaciones doradas.
Durante meses, nuestro concienzudo cometido, nos ofreció escenas de una delectación maravillosa y profundamente miserable. Recuerdo incluso que bromeamos con construir un catálogo conciso y pulcro de las formas humanas de ser basura. En esto hay que dejar clara una diferencia fundamental entre ser basura y escarbar en la basura, actividad esta última, de un elevado rango ético y de carácter profundamente respetable. En nuestra cientÃfica observación, éramos conocedores de todas y cada una de las formas de putrefacción del alma humana, y eso nos provocaba una excitación que nos elevaba hasta la más luminosa y profunda oscuridad, aunque esas tinieblas eran pura luz para nuestros corazones henchidos de divinidad.
Nada escapaba a nuestra mirada, empezando por amigos traicionados, o amigos que se sentÃan traicionados porque su ego miserable no les permitÃa entender que el mundo no giraba sobre sus insignificantes cabezas. Trabajadores que esperaban con inusitada paciencia, la caÃda de sus antecesores, confabulando para acelerarla y ocupar ese lugar de privilegio en la que el resto ocupa tu lugar de acechador hasta que llegue tu hora; maridos henchidos de autoodio que proyectan su violencia, verbal, fÃsica, sexual… contra mujeres, las próximas y si se tercia, las desconocidas; millonarios deseosos de conquistar nuevos mundos, porque creen que todos los viejos ya les pertenecen; polÃticos de condición diversa que se camuflan a la perfección entre alcaldes de pueblo de buena voluntad a los que la polÃtica les cuesta dinero, y alcaldes de pueblo que aspiran a un reconocimiento social entre sus vecinos. La lista era interminable, pero eran casos muy bien conocidos por nosotros.
El mundo nos pertenecÃa y todo era dicha y regocijo para ambos, dioses entre los desechos humanos, henchidos de gloria eterna y… enfermos hasta la putrefacción, incapaces de detectar que nuestra degradación habÃa alcanzado cotas de divinidad, que efectivamente, superaban con creces a la de aquellos a los que mirábamos desde nuestra atalaya de orgullo y estupidez. Si el mundo estaba putrefacto, nosotros, mi querida Dolores, habÃamos sintetizado en un pequeño frasco, en lo más profundo de nuestras oscuras almas, el perfume más hediondo jamás concebido.
Tardamos en darnos cuenta, pero aquel dÃa en que nos miramos y vimos nuestra profunda repugnancia mutua, todo cambió. Tú te marchaste, y yo abandoné aquella posición sobre la que nos erguÃamos cada tarde, para no volver jamás. Ahora creo que podrÃamos haber hecho las cosas de modo diferente. Que huir, no nos aleja de nuestra miseria, que el reconocimiento solo es una primera parte, y que procede empezar a perdonarnos. Que es un proceso que debimos iniciar juntos, pero decidimos huir, alejarnos del otro, porque nos proyectaba nuestro propio espejo, y eso nos resultaba insoportable, dado que no estábamos dispuestos a ver la mugre de cada uno de nosotros en el otro.
Aquel tiempo ya pasó, pero nada ha cambiado, ya no somos jóvenes repletos de ansias de luz cegadora y superioridad moral, ya tan solo somos un despojo de lo que fuimos, y todavÃa no hemos conseguido liberarnos. Espero que algún dÃa, antes de la que muerte nos alcance con justicia y paguemos por nuestros pecados divinos, podamos encontrar el perdón mutuo y la redención, pero para ellos debemos poder mirarnos de nuevo cara a cara. Yo no renuncio a encontrarte, y por eso te remito esta carta, como la última esperanza de que el destino te la haga llegar, y tengamos por fin que enfrentarnos a nosotros mismos y poder diluir el mal que nos ancla al maldito estercolero que nos vio nacer.
Siempre tu espejo, a pesar de la distancia, me despido de ti hasta el DÃa de la Liberación o de la muerte.
Anselmo Angustias, aquel que sigue reinando sobre las laderas del muladar, hasta encontrarte…, encontrarme.
#CorrespondenciasOcultas #AnselmoAngustias
Foto Flickr Commons: Dumping Garbage in Landfill Operation on Jamaica Bay Increased Water Pollution as Well as Serious Ecological Damage Is Feared 05/1973, Tress, Arthur, 1940. https://flic.kr/p/6WYU3U
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© Ricard Ramon